Juegos y juguetes
Cuando el viento es impetuoso, es el momento perfecto para volar papagayos que se elevan graciosos con sus colores a conversar con las nubes. Si el día es soleado, el patio se convierte en el escenario ideal.
Entonces, de los bolsillos abultados emergen, brillantes, las metras, que como joyas de vidrio ruedan sobre la tierra y suenan secas al chocar. A veces irrumpen los trompos, que danzan con furia sobre sus puntas metálicas y se deslizan sobre las manos del diestro jugador, que hace malabares mientras giran sin cesar. Las perinolas desafían a los más hábiles a ensartar su cabeza sonora con precisión: clac, clac, sin errar una sola vez. Otro reto impone el gurrufío, humilde y silbador, que gira sobre un pabilo hasta volverse casi invisible.
Los juegos y juguetes son infinitos. No importa el espacio: siempre habrá ocasión para jugar al escondite, donde los jugadores ruegan no ser encontrados. Y si se trata de velocidad, la ere es el pasatiempo ideal: no hay que dejarse atrapar antes de llegar a la “taima”.
Incluso en los días lluviosos hay opciones, porque un porche puede acoger a quienes buscan una candelita… eso sí, ¡sin dejarse quitar el puesto! Porque entonces habrá que volver a encontrar uno.
Las risas interrumpen la monotonía, los espacios se hacen infinitos y las manos infantiles llenan de vida los materiales más humildes, que cantan y bailan llenos de colores.
¡Y sí, hay mucho que jugar!
En Venezuela tenemos distintos juegos y formas de jugar:
aquí presentamos un conjunto de siete clásicos de nuestra infancia que además de ser divertidos, nos invitan a usar nuestra creatividad, ingenio, y a veces ¡a correr mucho!

El Gurrufío
HUMILDE Y PRODIGIOSO

Este juguete tiene el secreto poder de atrapar un pájaro. Un pájaro que canta, con voz ronca a veces; con voz cantarina, otras. Y es que, mientras deslizas con tus dedos la cuerda que sostiene al gurrufío, justo en el momento en que comienza a girar hasta casi desaparecer, empezarás a escuchar su trino.
En la época de nuestros padres y abuelos, todos los niños aprendían a hacer su propio gurrufío. El cuerpo comenzaba a tomar forma con una chapa de refresco, que se aplastaba con una piedra hasta dejarla plana y lisa.
Dos pequeños orificios, a igual distancia del centro, servían como guía para deslizar el pabilo sobre el cual se hacía girar la chapa. Fiu, fiu, gurrufío… así comenzaba a silbar el pequeño pájaro de metal.
Como las chapas tenían filo en los bordes, una manera de jugar era tratar de cortar el cordel del compañero: ganaba quien lograra mantener su gurrufío intacto. Hoy en día se usan piezas redondas y planas de madera o cartón grueso, mucho más seguras.
Se dice que este juguete tiene un origen remoto, de más de 400 años. Que nació en Asia, de allí pasó a Europa y luego a Venezuela y a otros países de América Latina, donde recibe distintos nombres: run run, zumbador, rumbador… todos vinculados al sonido y al movimiento.
Muchos niños y niñas del mundo han hecho girar este pájaro suspendido en el aire, hasta que comienza a cantar quedito y luego más fuerte: fiu, fiu, gurrufío.
- Recorta un círculo sobre una superficie de madera. Para ello utiliza un molde, que puede ser una tapa, y dibújalo sobre la superficie de madera.
- Pide la ayuda de un adulto para que recorte con un exacto el círculo de madera.
- Abre dos agujeros equidistantes sobre el círculo de madera. Si lo deseas puedes decorar tu gurrufío.
- Corta una tira de pabilo de aproximadamente un metro y pásala por los agujeros. Anúdala en una punta y ubica el gurrufío en el centro de la cuerda.
- Da vueltas al pabilo y con los dedos índices de cada mano hala para que el gurrufío comience a moverse y sonar.


Las Metras
REDONDAS Y LUMINOSAS

Con diversas formas, tamaños y nombres, las metras son más valiosas que una moneda en las manos de un niño. Algunas son blancas, salpicadas de colores como planetas extraños vistos desde afuera. Otras dejan ver su corazón amarillo como los ojos de un gato, y las más raras engrosan el tesoro secreto de cada jugador.
Pero la más valiosa es la juguita, que sirve como amuleto para la suerte. A las pequeñas se les llama chinas, pichas o simplemente metras, y las más grandes tienen nombres curiosos como bolondronas, burronas, molondronas, peponas, torombolas…
Jugar metras es una forma de detener el tiempo, de internarse en una galaxia donde giran planetas y satélites, se deslizan, colisionan o se quedan suspendidos. Y cada jugador, como viajero de ese cosmos, se dispone a avanzar hasta que el encanto dure o los bolsillos queden vacíos.
El sonido seco del golpe de las metras al chocar se intercala con las risas y las voces que anuncian las jugadas.
Entonces, comienzan a fluir otros lenguajes: el de las palabras que le dan sentido al juego; el del cuerpo que se tensa y se proyecta para amplificar la fuerza del tiro; el de las manos que parecen flotar, mientras las metras inquietas resplandecen e hipnotizan con sus destellos de variados y brillantes colores.
Y como sacados de un trance, los jugadores se despiden cuando el juego termina.
Es el momento en que las metras cobran otra vida: en los bolsillos de los afortunados, hinchados y sonoros; en la melancolía de los que han perdido sus canicas favoritas.
Entonces llega la noche, cuando saltan y giran como constelaciones en el espacio infinito del sueño.
- Existen varias formas de jugar metras y muchos recursos que le dan emoción a la jornada. Las reglas del juego cambian con el tiempo y varían según cada región del país, al igual que los nombres que reciben las metras.
- Es importante encontrar un terreno plano, preferiblemente de tierra, y limpiarlo de hojas, ramas y piedras.
- Para comenzar, se abre un hueco en la tierra con la ayuda de una chapa de refresco o un palo. Ese será la "hueca", donde debe introducirse cada metra. También se traza una línea que servirá como referencia: el jugador que lance su metra más cerca de la línea es quien comienza el turno.
- Se puede jugar al Hoyito, que consiste en "bautizar" cada metra haciéndola entrar primero en la hueca u hoyo; luego, cada jugador intenta golpear las metras de los oponentes. El Rayo se juega trazando un triángulo o un círculo dentro del cual se colocan varias metras acordadas por los jugadores: gana quien logre sacar más metras fuera de ese contorno.

- Otra variante es El Castillo, que consiste en poner cuatro metras en un montoncito, que se lleva el jugador que logre derribarlas.
- A veces se traza un gran rectángulo que sirve como guía para que cada jugador ocupe un ángulo como su sitio de disparo.
- Para lanzar la metra se suele usar el dedo pulgar, que se desliza sobre el índice para impulsar el disparo. Sin embargo, existen otros estilos, como el llamado uñita, en el que se utiliza la uña del dedo medio para deslizar la metra sobre el terreno con mayor fuerza. Otro estilo es escopeta, en el cual el jugador apoya una rodilla en el piso para tener mayor estabilidad y lanzar desde una posición más baja, pero más firme.
- Antes de lanzar, debes “cantar” a quién le vas a pegar: “¡Voy con Juan…!” o, si prefieres un comando más general, puedes decir: “¡Vale todo…!”. Si quieres que sea válido el golpe de tu metra al rebotar en una superficie antes de dar al objetivo, debes cantar: “¡Vale retruque…!”.
- Cuando un jugador se retira, suele decir: "Boto tierrita y no juego más", al tiempo que sacude el piso con la mano.
- Y cuando se ganan las metras del contrario, se dice: “ruchar”. Esta expresión también se usa en la vida cotidiana para referirse a quedarse sin dinero.

La Ere
VELOZ Y SORPRESIVA

La adrenalina corre por las venas, mientras se busca refugio en la taima. Correr de una guarida a otra y evitar se atrapado, es vivir una aventura cargada de emoción.
El cuerpo evade ser tocado por la Ere, porque si esto ocurre se pasa de ser presa a convertirse en un depredador.
¿Cómo no sentir alivio cuando se llega a la guarida, mientras se escucha a lo lejos el grito: ”Ere” que anuncia que un compañero no ha corrido con mejor suerte? La persecución se suspende por un instante, pero de nuevo comenzará la carrera… el corazón palpita y el cuerpo se prepara para salir a una nueva incursión.
Un poste de luz, un árbol, una pared… sirven como lugar seguro donde no podemos ser alcanzados, mientras la Ere busca infatigable a quién tocar para que cambien los roles.
Entre todos, se busca confundir al perseguidor, desorientarlo, incluso hacerle burla para azuzarlo: “Ere erita, cara de papita”.
Pero al final siempre gana la velocidad y el factor sorpresa, porque en este juego no hay que confiarse, como en la vida.
La emoción se intensifica, estallan los gritos y las risas parecen replicarse como ecos.
No puedes quedarte quieto porque el juego se alimenta con cada carrera que se emprende para buscar refugio, con cada lance para esquivar la mano que puede cambiar tu destino.
Y quien no termina con el sudor en la frente o con la ropa estrujada, no ha traspasado la puerta del trepidante escenario donde vivimos la imaginaria experiencia de ser indomables.
- En un patio o terreno abierto se escogen dos taimas o guaridas. Puede ser un poste de luz o el tronco de un árbol.
- Se escoge al primer jugador o jugadora que hace el papel de “Ere”.
- Los jugadores corren y tratan de ponerse a salvo en las taimas.
- Si un jugador es alcanzado por la Ere y no está en una taima, inmediatamente se convierte en la Ere.
- Para que esto ocurra, al tocarlo debe decir a viva voz: “¡Ere!”.
- Una variante es la Ere paralizada, que consiste en que el jugador que es tocado se paraliza inmediatamente.
- Si uno de sus compañeros logra tocarlo, entonces queda librado y puede seguir jugando.


El Trompo
BAILARÍN ATREVIDO

En el aire se agita con fuerza, cae en punta sobre el suelo y comienza su danza desbocada. Gira, gira y gira, hasta que, rendido, se detiene para tomar aliento.
El trompo, bailarín atrevido, no le teme al patio de tierra ni al piso de cemento: se acomoda a cada pista y da vueltas con vigor, en un baile que hipnotiza al público silencioso.
El arte de hacerlo girar con elegancia está en envolverlo con un guaral apretado y lanzarlo con un gesto que se quiebra en el aire para que caiga enloquecido. Aterriza con un golpe seco y se encabrita, gira y gira en un vértigo.
Es el momento de hacerlo bailar en la palma de la mano, de enlazarlo para que cambie de lugar, o de gritar la apuesta: —A que no me baila ese trompo en la uña.
La adrenalina aumenta cuando se lanzan en un círculo imaginario a ver quién logra romper el trompo del adversario. Desprevenido, cruje con su corazón roto como ofrenda a la euforia del tropel. Entonces, con pesar, el dueño recoge su juguete desmigajado y roto para darle una despedida.
Su forma cónica y sus colores vivos lo distinguen: es un tesoro humilde, con su figura tallada en madera y su punta de brillante metal.
El trompo ha sido parte del mundo de los niños desde los inicios de las civilizaciones, fascinando con su danza serena y la fuerza invisible que lo equilibra en sus vueltas.
No hay mayor placer que sentirlo en la palma de la mano y sostenerlo en alto con el deseo de que se eleve… para acompañar a las estrellas.
- Para lanzar el trompo es muy importante tener un buen guaral o cuerda.
- Haz un nudo en la punta del guaral para que te sirva de sostén.
- Con esa punta envuelve el trompo en la parte de arriba y apóyate en el nudo para hacerle una “corbata”, baja la cuerda hasta la punta y enróllala con fuerza de abajo hacia arriba para que quede bien apretado.
- Cuando te quede un pedazo de cuerda, haz un nudo en el dedo medio y sujeta el trompo apoyando el dedo índice por su parte superior.
- Puedes también enrollar parte de la cuerda en tu mano y agarrar el trompo por arriba con todos los dedos menos con el meñique.
- Lánzalo con fuerza con dirección hacia abajo, y practica este movimiento una y otra vez hasta que encuentres soltura para hacerlo bailar.


El Papagayo
NAVEGANTE DEL CIELO

Pájaros de papel que se mecen en el viento; raudos, cabecean entre las corrientes que los llevan al reino de las nubes. Desde abajo lucen felices con sus colas anudadas… allá van los papagayos, salpicando de colores el lienzo azul del cielo; allá van, susurrando mensajes en el aire.
La ilusión intacta llena de magia el ritual de hacer un papagayo. Con humildes veradas, papeles de seda y engrudo, se arma el cuerpo que luego se decora con flecos y una cola hecha de trapo.
El arte está en colocar sabiamente los hilos que lo sostienen, para que mantenga el equilibrio, y esperar que el viento favorable lo eche a volar en busca de su destino.
Ligeros y graciosos, surcan los cielos de todo el mundo cuando los vientos arrecian.
La imaginación no tiene límites para sus formas y tamaños: algunos parecen majestuosas rayas del océano, otros, coquetas mariposas o triángulos coloridos que sacuden su melena.
Barriletes, cometas, culebrinas, chichigua, lechuza, papalote, papaventos, pandorga, picuda, roncador, volantín, volador, zamura…
Son muchos los nombres que tienen estos fantásticos navegantes: saltimbanquis que remontan las nubes con sus vistosos trajes.
Y, sostenidos de un hilo, poco a poco regresan a las manos de los niños, ansiosos por contarles lo que han visto en su viaje por la inmensidad.
- Para construir un papagayo necesitas los siguientes materiales: veradas (que puedes sustituir por varas de plástico livianas), pabilo, papel de seda, tela y pegamento.
- Corta tres trozos de verada de aproximadamente 60 cm cada uno. Cruza las veradas para armar una estructura en forma de estrella. Ata fuertemente con pabilo el centro donde están unidas las veradas para que no se muevan.
- Haz una incisión o muesca longitudinal de 2 a 3 cm en las puntas de las veradas, para encajar los bordes del pabilo. Lleva el pabilo desde la primera punta, hacia cada una de las puntas de la estructura. Dale vueltas en cada punta y amarra con fuerza, cuidando que los hilos queden bien tensos.
- Para hacer el frenillo, primero mide el pabilo en la distancia que hay entre las dos puntas superiores y el centro del papagayo. Amarra el trozo de pabilo en cada una de las dos puntas superiores.
- En el centro, en la unión de las varas, amarra otro trozo de pabilo que se juntará con el frenillo. Para hacer el amarre de la cabuya del papagayo, deja el rollo de hilo que caiga.
- Pega el papel de seda con cola blanca o engrudo sobre la estructura, según tu gusto y creatividad. Se recomienda dejar un borde de al menos dos centímetros de ancho para cubrir los bordes exteriores de la estructura. Deja secar.
- En la punta inferior, amarra la cola hecha de tela que servirá como contrapeso. Cuida que no sea demasiado larga o pesada.

En este evento los participantes suben la serranía y ya en la cima vuelan los papagayos que ellos mismos han fabricado especialmente para la ocasión.

El Yoyo
MALABARISTA DEL AIRE

Baja el yoyo y se sostiene, para luego remontar; sube y baja todo el tiempo hasta que quieras parar. Si practicas con constancia, a tu antojo moverás a tu fiel amigo, el yoyo, para alante y para atrás.
Este juguete tiene un origen muy lejano, presente en distintas culturas del mundo. Su principio es muy sencillo: un disco de madera en cuyo centro se inserta un hilo que se enrolla y desenrolla gracias al movimiento de la mano.
El jugador hábil lo hará cobrar vida, porque son muchas las figuras que se pueden hacer cuando se domina la fuerza y la distancia que puede alcanzar. Puede trazar circunferencias como si le diera la vuelta al mundo, regresarse a mitad de camino o repetir giros sin volver a su punto de origen.
Lo puedes hacer “dormir” en la parte de abajo por un ratico, o rodar por el piso… incluso puedes coordinar el movimiento sincronizado de dos yoyos, uno en cada mano.
Malabares e ilusiones cobran vida en este modesto disco, que se convierte en una extensión de tu cuerpo y de tu mente.
Y en el mejor amigo con el que puedes desafiar el maravilloso truco de mover objetos… como si tuvieras un secreto poder entre las manos.
Aunque cada vuelta parezca la misma, nunca es igual. El tiempo se mide en cada espiral. El jugador, concentrado, parece flotar. En un vertiginoso viaje suspendido de un hilo, se crea un movimiento hipnótico, como si nada existiera alrededor. Solo el yoyo y el jugador.
- Para empezar a interactuar con el yoyo, se sostiene el extremo libre de la cuerda, conocido como el asa, insertando el dedo índice o anular en el nudo de la punta.
- Aprovechando la gravedad y la fuerza cuando lo impulsamos, el yoyo comienza a girar, mientras se despliega la cuerda y se aleja de nuestra mano.
- A continuación, permitimos que vuelva a enrollar y regrese a nuestra mano, mientras se mantiene en movimiento de giro, gracias a la energía rotacional.
- Una vez dominamos la maniobra anterior, podemos practicar la manera más simple de jugar al yoyo. Nuevamente enrollamos la cuerda en el carrete del yoyo de forma manual, y luego lo lanzamos hacia abajo, esperando que llegue al fin de su trayecto (cuando se siente un ligero golpe al final de la cuerda) y regrese nuevamente hacia nuestra mano, y ahí lo lanzamos otra vez.
- Ahora solo tendremos que practicar una y otra vez, e investigar un poco para ir logrando aprender los trucos que más nos gusten de este maravilloso juguete.


La Perinola
INCANSABLE SALTARINA

Clac, clac, clac, clac, clac… El casco repica mientras se contiene la respiración. ¿Hasta 20? No, hasta 50… No, hasta 100… Todos, por turno, tratan de ganar la apuesta. Y la perinola, incansable, sube y baja con su risa inconfundible: clac, clac, clac, clac, clac.
En algunas partes del país la llaman emboque, porque se trata precisamente de que el casco se ensarte —o se “emboque”— sobre el palo o varilla; en otros lados le dicen boliche, por la pieza esférica que sobresale como una bola.
Rauda y veloz, va rebotando en la mano diestra cuando se juega al martillo, pero también sabe caer con elegancia si se mueve con parsimonia, o más recatada, cuando se sostiene del hilo para hacer el rabito de cochino.
Y, por si fuera poco, también puede ponerse de cabeza, a ver quién logra que el palito se ensarte.
La perinola acompaña a los niños desde tiempos muy lejanos: en Francia la llaman bilboquet y era la favorita de los reyes antes de llegar a América; en Japón se conoce como kendama, y el casco, en forma de bola, puede insertarse en tres lugares diferentes.
Vistosa por sus pintas de colores o más modesta, de madera, de plástico o hecha con materiales humildes, la perinola nunca deja de alegrar a los competidores, rebotando y riendo en sus acrobacias.
Saltarina encantadora, la perinola se sostiene de un hilo, mientras brinca y hace cabriolas hasta que la función termina bajo una lluvia de aplausos.
- Existen muchas formas de jugar perinola. Una de ellas se llama martillo y consiste en encajar el casco en el palito sin equivocarse hasta alcanzar el número de tiros acordados.
- También puedes jugar palito, que consiste en ensartar el palo en el casco, tantas veces como se acuerde entre los jugadores.

