La música nos cautiva cada día
En Navidad nuestra alegría se traduce en cantos y bailes, los diferentes ritmos que nos acompañan en estas fiestas son parte de una rica tradición musical.
Ya llegaron las fiestas navideñas… En su casa, el vecino canta un aguinaldo, en la radio suena una gaita y en la plaza del barrio se enciende un parrandón.
En el momento más alegre del año, la música y muchas tradiciones nos acercan a las personas más queridas. El espíritu de la generosidad crece en cada ocasión que compartimos en familia.
¡Conozcamos estos géneros!
Los villancicos de origen español acompañaron las obras de teatro religiosas llamadas autos sacramentales, que se inspiraron en el nacimiento de Cristo. De España se extendieron al continente americano en la época de la Colonia, donde floreció una vigorosa herencia musical alrededor de los oficios religiosos y cultos populares para celebrar la Navidad.
En Venezuela se aclimataron los villancicos en todo el territorio nacional. Junto con ellos se ensayaron nuevos ritmos que agregaron instrumentos propios de nuestro patrimonio. El cuatro, las maracas y el furruco cobraron prestigio en las fiestas que preparaban el día de Pascua y acompañaban a los grupos musicales que iban regando su repertorio de casa en casa.
Las parrandas y los aguinalderos sorprendían a los adormecidos pobladores con el entusiasmo de la alegre comparsa. Y era costumbre abrir las puertas para invitar al grupo de trasnochados, ofreciéndoles comida, bebidas o algún dinero que se escondía discretamente en la bandera que adornaba la comitiva.
Pero de todos modos, para que no se olvidara el obsequio, se cantaban unas coplas solicitando el “aguinaldo”:
Deme mi aguinaldo,
aunque sea poquito:
una vaca gorda,
con su becerrito.
Deme mi aguinaldo
de cachapa y suero,
porque usted ya sabe
como están los tiempos…
Es así como estas coplas recibieron el nombre de aguinaldos, que es como se conocen hoy en día las canciones navideñas.
Y aunque ya estas tonadas no tengan el poder de sacudir la arena del sueño en medio de las noches tranquilas de diciembre, todavía conservan el encanto poético de las estrellas que titilan en el firmamento.
Octubre adelanta con sus ritmos la llegada de la Navidad en nuestros días. Y es que por las calles ya comienzan a oírse las populares gaitas, que con su cadencia característica contagian el humor de sus letras y la jovialidad de sus melodías.
Las gaitas tienen una vieja historia, que desde el siglo pasado recoge una serie de composiciones que acompañan algunas promesas y actos religiosos. Así nacieron algunas variantes, como la gaita de furro, la de Santa Lucía, la perijanera y la dedicada a San Benito.
La gaita de furro, la típica gaita zuliana, desplazó prontamente a las otras manifestaciones, colocándose a la vanguardia musical que se despegó del vínculo religioso para incorporar la denuncia política y la burla refrescante.
Este tipo de composición se acompaña del furro, un instrumento de fricción parecido al furruco. Los barrios de Santa Lucía y El Saladillo en Maracaibo, con sus casas de vivos colores de arquitectura caribeña, se pelean el origen de esta forma musical antañona. Hoy en día, se ha extendido por toda la geografía nacional, incorporando distintos instrumentos musicales y coreografías que poco tienen que ver con la fórmula tradicional. Cualquier tema es motivo para inspirar las letras que testimonian la idiosincrasia jocosa del maracucho.
A pesar de que algunas expresiones hayan modificado el sentido de la vieja y sabrosa gaita zuliana, todavía permanece en muchas de estas tonadas el caluroso entusiasmo que inspiró el ingenio y fervor de sus precursores.
Tocando furruco |
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Palomita blanca, |
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Aquí estamos todos |
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Cantemos, cantemos |
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¡Suenan los furrucos! |
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Coge la maraca, |
Muchas expresiones que utilizamos cotidianamente están vinculadas con esta tradición folclórica: “estar emparrandado”, “ya llegó la parranda”, “Fulanito se fue de parranda”… aluden al bullicio despreocupado que unía al grupo de cantantes e instrumentistas alrededor de la celebración navideña.
En las ciudades grandes, cada sector tenía su grupo de parrandas y en cada pueblo, dos o tres conjuntos amenizaban las madrugadas entremezclando los poéticos aguinaldos con el canto de los pájaros al despertar. Con un pañuelo al cuello, sombreros con cintas, banderolas y otros adornos, el grupo se preparaba para repartir de casa en casa una dosis de jolgorio mañanero. El furruco se deslizaba, mientras el cuatro repicaba al lado de la mandolina. Las maracas hacían compases con el chineco, que era un sonajero alto vistosamente decorado. Y así la parranda típica y bullanguera avanzaba fervorosamente alumbrada por los faroles que iluminaban el pintoresco conjunto.
Hoy en día, las parrandas han sido acorraladas por la inseguridad y la apatía. Algunas sobreviven un poco modernizadas en los pueblos que se han negado a dejar morir esta costumbre. Todavía allí se escuchan las coplas que una vez más repiten los cantos de antaño:
Tocando furruco
maraca y tambora,
detrás de los cerros
la parranda asoma.
Palomita blanca,
piquito de acero
cubre con tus alas
los aguinalderos.
Aquí estamos todos
los madrugadores,
cantando aguinaldos
como ruiseñores.
Cantemos, cantemos
debemos cantar;
esta Nochebuena
para parrandear.
¡Suenan los furrucos!
¡Suenan las maracas!
Que al niño traemos
ciruelas y hallacas.
Coge la maraca,
zúmbala p’arriba
y gritemos todos.
¡Que viva! ¡Que viva!
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