De nuestra tradición latina proviene el pesebre, para revivir el pasaje bíblico del nacimiento del Niño Jesús. Cada año, el corazón nos palpita cuando sacamos de las cajas, envueltas en papel, la figuras que van a poblar nuestro paisaje imaginado, lleno de ovejas, pastores y reyes magos que cruzan el camino, montados en sus majestuosos camellos. ¡Qué felicidad construir ese lugar lejano y sagrado! Montañas y cielo, el establo y la cuna, una estrella que alumbra, palmeras, un hilo de agua que corre… ¿Cómo no poner a volar la imaginación en este momento mágico de construir un mundo exótico y entrañable?
De tradición nórdica hemos adoptado el árbol de navidad, casi siempre un pino que ubicamos en un lugar visible, lleno de luces que titilan y parecen hipnotizarnos; lazos que se entremezclan en las ramas; tarjetas con escarcha; bambalinas de distintas formas y colores y nuestro toque de adornos personales, velas, duendes, ángeles, renos, pequeños san Nicolás…